Nunca entenderé porqué subvencionar a los artistas –que son
los que ponen en marcha toda la maquinaria cultural- está tan mal visto
socialmente. ¡Cómo si el dinero público hiciera aguas por las subvenciones que
se dan a los artistas! Cuando cualquier agricultor, empresario, banquero…
recibe más subvenciones en su vida que un artista. Pero claro, para muchos
parece ser que subvencionar a los creadores es como tirar el dinero por el
retrete. No se dan cuenta de la obvia realidad: los museos se sostienen gracias
a los creadores. Os más bien: a sus obras. Pues si no hubiera arte, no habría
museos. Ni directores, cuidadores de salas, servicios de limpieza, fotógrafos,
diseñadores de catálogos. Ni turistas culturales… Ni los hoteles, taxistas, restaurantes
engordarían sus cuentas. En definitiva: los artistas son la base de esa
pirámide que supone un 5% por ciento del PIB de nuestro país. Pero, en este
país, más del ochenta por ciento de ellos no llegan a cobrar el salario mínimo
interprofesional. ¿Y a qué se debe esto? A muchas razones. Pero la principal es
que el ciudadano, las empresas, no gastan dinero en arte. Y ese déficit lo ha
venido cubriendo la institución. Pero, claro, cuando un museo te compra una
obra, esa obra la podrá enseñar durante años, décadas… Y, obviamente, el artista ahí ya no recibe ni
un solo euro más. A los músicos –bueno, más bien a los intermediarios de la
música- se les paga cada vez que una canción suena en un lugar público, pero
cada vez que una obra es expuesta en un nuevo lugar, el artista no cobra por
ello. Por eso comprar arte suele ser una buena inversión: no tiene grandes
costes de mantenimiento y con los años su valor económico sube. Por otra parte,
cuando un museo adquiere un trabajo suyo, es complicado, casi imposible que le
compre otro. ¿Para qué? Si ya le tienen en su colección. Para acabar: vender
arte, hoy en día, es muy difícil. Para el ciudadano de a pie no es una
prioridad. Y para la gente de dinero… esos prefieren cambiar de coche cada tres
meses. Así que al artista no le quedan muchas posibilidades: mendigar ayudas o
dedicarse a otra cosa que no sea el arte pero que tenga algo que ver con ello
(enseñanza, diseño, publicidad...).
Con esto no quiero decir que defienda la “cultura de la
subvención”. Obviamente se tendrían que buscar otras fórmulas más eficaces para
estimular la creación y para que el creador pueda vivir de su trabajo, pero
para muchas instituciones la forma más sencilla de cumplir con ese apoyo hacia
el mundo de la cultura es hacer cuentas y ver que dinerillo sobra para
destinarlo a concursos y subvenciones. Queda claro que esta no es la mejor
manera para mejorar, incentivar, fortalecer la cultura, pero sí la más
socorrida y cómoda para la mayoría de las instituciones. Hasta ahora. Porque
ahora no hay dinero. Así las desde el ámbito cultural público deberían de
currárselo un poco. Pensar en otras opciones. O nos vamos a quedar sin
artistas, sin obras, sin cultura…